domingo, noviembre 19, 2006

De repente se encontró a sí misma en la puerta de salida de sus propios pensamientos. Había estado tanto tiempo aletargada dentro de ellos que sintió que la vida se le había escapado casi sin darse cuenta…
Paseó sus ojos por la habitación y se sorprendió al ver aquella desconocida que la observaba desde el fondo del espejo, tan sorprendida como ella.
Miradas gemelas…


Alfredo se mecía ensimismado cerca de la ventana. A través del cristal se asomó al recuerdo de una vida tranquila, tan desprovista de excesos como de defectos. Por primera vez sintió que se encontraba en el ocaso de su vida, y, lejos de toda angustia, aunque teñido de cierta nostalgia, descubrió que era feliz. Siempre había sido feliz, porque tenía todo lo que necesitaba: todas y cada una de sus mañanas se había despertado pintando los colores de una nueva aurora. No se imaginaba qué más podía pedirle a quien fuera que hubiese escrito su destino.


Por primera vez, Aurora sintió miedo. Miedo a una vida insignificante. Miedo a un final inminente. A que, al igual que ella, los demás tampoco la reconocieran dentro de aquel cuerpo ni en aquel rostro anciano. Observó sus gastadas manos y sintió que su vitalidad se quedaba atrapada en cada pliegue de su piel.
Aturdida, insegura, se levantó y se dirigió sin saber porqué hacia la puerta. Cruzó la cocina, pasó por la habitación, y al llegar a la altura del salón se sintió obligada a mirar hacia dentro. Inmóvil, conteniendo la respiración para poder abrazar en silencio aquel momento, Aurora observó a su marido meciéndose ausente junto a la ventana. Con tristeza, recordó la juventud que los dos habían compartido. Se preguntó si él podría reconocer a aquella chica escondida dentro de la imagen que pocos minutos antes ella había descubierto con horror. Si él aún la querría.


Guiado por un impulso, se giró y la entrevió por la rendija de la puerta.

- Deja que te vea.

Y Aurora entró en la habitación, se acercó y se sentó a su lado. Con ternura, Alfredo cogió su mano y le dedicó una mirada con aquellos ojos azules, tan azules como el primer día, tan llenos de sentimiento como cada primera vez de cada nuevo día en que se despertaba a su lado.



Y entonces ella comprendió…

1 comentario:

Anónimo dijo...

Resulta un placer sentarse, después de un largo día, y leer cosas como estas.

Molts petonets!!!!