Ya no me despertarán sus ladridos a primera hora de la mañana.
Ya no me hará reir con sus ocurrencias perrunas ni con sus emboscadas al pobrecillo Enol.
Ya no podré cebarla con galletas a escondidas.
Ni tranquilizar su pánico a las tormentas, ni tranquilizar mis terrores nocturnos acariciando su pelo suave.
Ya no está, pero siempre estará. Siempre.
Por todo lo que le debo, por lo mucho que la quiero.
Un millón de minutos de silencio...
1 comentario:
Todos los perros van al cielo.
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