Es increíble las vueltas que nos hace dar la vida. Y es aún más increíble las vueltas que puede llegar a dar mi cabeza, por iniciativa propia y, muchas veces, sin el consentimiento de su dueña.
Hoy, mirando fotos antiguas, me puse a recordar viejos momentos, la mayoría de ellos con pena, y algunos sin mucha gloria. Fui consciente por primera vez en mucho tiempo de la etapa de transición en la que me encuentro, dejando por suerte y también por desgracia muchas cosas atrás. Procuro que sean las imprescindibles.
Y en estos años de andanzas por el mundo me doy cuenta de que aprendo despacio, pero aprendo, aunque sea a fuerza de ir ganando pequeñas batallas.
He aprendido, por ejemplo, que Epi es el muñeco naranja y Blas el amarillo, tal vez con un retraso demasiado grande para pertenecer a una generación que aún pilló en antena Barrio Sésamo. Quién me iba a decir a mí por aquel entonces que lucharía por convertirme en reportera dicharachera en versión de color carne. Y con pelo. Gracias a Dios.
Yo que a mis cuatro años no era capaz de entender por qué un erizo gigante y rosado sabía contar hasta 5 mejor que la mayoría de los niños que conocía, sigo a día de hoy preguntándome por qué siguen siendo los cuatro teleñecos de aquella época los amos de la cultura mientras la mayoría de la gente sigue tratando de aprender a distinguir cerca y lejos.
Y es que los teleñecos son pequeños seres de naturaleza muy sabia. Ya lo decían los peludos habitantes de Fraggle Rock...
Vamos a jugar, tus problemas déjalos
para disfrutar...
Ven a Fraggle Rock